lunes, 14 de mayo de 2012

El hit que mató al mensaje


Éramos más de mil en ese lugar. Y a todos seguramente nos unía la idea de despejar al menos por unas horas los recados que la semana suele imponer. Por un largo tiempo fuimos dominados por el hechizo musical que buscamos para despejar nuestras derrotas cotidianas.
El tema emblema y popular de los 90 que sonó en cuanto boliche hubiese, también irrumpió en los oídos de todos los que estábamos prestos a corear cual canción nos llevara a esos relatos de gloria.
En ese éxtasis generalizado; una pareja; embebidos en el cuarto vaso de whisky, cerveza de por medio, repetían sin mucho raciocinio “si hablamos de matar mis palabras matan”. No superaban los 25 años, lo que mostraba el poder antigeneracional de un acorde y una melodía puestos en el lugar adecuado en el momento adecuado.
En la barra, el barman movía sus brazos y piernas al son de “no hace mucho tiempo que murió el León Santillán” mientras daba el cambio de otro fernet vendido a cambio de una sonrisa cómplice.
El señor de la consola avivaba a la gente como cuando un jugador de fútbol necesita de sus hinchas para levantar el ánimo del equipo. Así se mostraba ese hombre que agitaba sus manos fluorescentes desde la cabina. Claro, el tema era de su época; se llevó su juventud, sus noches con amigos, sus primeros pasos camino al dj.
Se celebraron muchas canciones esa noche, pero en ese momento los cien barrios porteños y más; estábamos subidos a la ola del festejo, de la celebración, éramos realmente un solo canto. La vida nos sonreía o al menos eso exteriorizábamos, corrían tiempos felices para todos menos para el matador.
Aquél luchador barrial que levantó la voz de los acallados estaba por caer. La fuerza policial iba tras su vida.
Entre luces que por momentos encandilaban, el pasar activo y fugaz de los presentes y el aroma a humo dulce; esperamos por ese estribillo que renovó el sentido de esa danza que nos liberaba.
“Matador, matador” resonaba una y otra vez. El canto popular mejor representado hervía en la caja hermética del boliche palermeano.
Fuimos parte del tema de la noche, del pico máximo del show, todos al unísono forjamos cada vez más fuerte aquellas estrofas combativas.
Fuimos una vez más el hit que mató al mensaje.

jueves, 3 de mayo de 2012

Flash comunicacional

El trabajo en un aula puede dispararnos a lugares que nuestra estadía hogareña sería incapaz de lograr. Estar lejos del diario de la mañana o del monitor de la oficina nos puede permitir tomar esa distancia para intentar ver de lejos lo que no vemos de cerca…
¿Cuantas fotografías pasan de largo por nuestra retina?
Existen los diarios que a través de una imagen intentan despertar la atención del lector o generar una reacción a través del impacto visual. Y están aquellos que a través del impacto visual sólo tienen como objetivo el lucro o la exposición multimedia.
Entonces ¿qué podemos plantearnos con esta idea?
Intentemos responder qué diferencia hay entre la imagen de una mujer quemada por napal en Vietnam; y la foto de Jazmín De Gracia tirada en su baño.
A la primera podemos pensarla como un símbolo que intentó generar un estado de conciencia sobre la guerra. La segunda, deja en evidencia su claro objetivo económico y el morbo expuesto devenido en popularidad crónica.
Ahora bien, como plantea Susan Sontag, ser conmovido por una imagen no es necesariamente mejor o peor. La gente no se curte ante lo que se muestra. Al contrario, en muchísimos casos la sobreexposición de imágenes, lejos de producir un efecto logra naturalizar el escenario visto.
La idea no es pretender que resolvamos la naturalización de las cosas, la moneda corriente de todos los días. Ese es otro tema de discusión.
Es bueno alertarnos, saber desde qué lugar nos ubicamos como lectores, observadores, espectadores o público. Porque puede pasarnos que estando frente al televisor o el periódico, alguna imagen nos haga ruido. La idea es no aturdirnos.