viernes, 30 de marzo de 2012

Besar la lona


Era una pelea muy importante, por eso antes de iniciarla me tomé el tiempo necesario para rendir un nuevo obstáculo, o en el mejor de los casos una nueva parada.
En ese examen personal reconocí las limitaciones, las virtudes y estudié al rival de pies a cabeza. Levantarse temprano para llegar antes que el sol se volvió un estado natural. Cada día era un centímetro más que se sumaba al  camino que conducía hacia el lugar elegido. Mirar hacia el pasado también se volvió un ejercicio cotidiano, revisando los errores que pude haber cometido, ventajas a las que les dí paso como esos ganchos inoportunos o esos certeros cross que dejaron marcas en mi piel.
La dieta, fue un elemento vital para llegar óptimo al combate. Eliminar ciertos venenos de la noche se había convertido en un sacerdocio. La pera y el saco fueron mis víctimas directas en la escalada hacia la que consideraba “mi final del mundo”.
Salté de la esquina hacia el round 9 con pocos reflejos y en pocos segundos todo lo trabajado empezó a desvanecerse. Una llegada tarde a un cruce nubló mi vista, inmovilizó mi pierna derecha al mismo tiempo en que llegaba a reconocer algunas voces que provenían fuera del cuadrilátero. Cuando quise levantarme y jugar mi último guante mi cara sacó pasaje a un nuevo destino. Me encontraba besando la lona. Ahí fue donde la vida empezó a verse gris, indefinida, pesada…
Conocí la derrota, saboreé mis miserias, volví a verme ganar, recordé qué era perder, sentí morir, supe escuchar la frecuencia indeseada de cualquier hospital, reconocí mis caídas y en ese instante observé y sentí que la lona cada vez estaba más lejos, me sentí erguido y finalmente desperté.
El fallo dijo que fue un knock out, al mismo tiempo en que muchos se relamían deseando que el equipo tirara la toalla para siempre antes de que el locutor consagrado diga “no va más”. Pero claro, eso no sucedió, llegué al límite entregándolo todo… menos mi vida.
24 horas después escuché de nuevo la campana y sentí que mis brazos se movían, mis piernas también. Reconocí a mi entorno, sabiendo qué lugar ocupaba cada uno de ellos. Tomé al doctor de la mano y le dije: “Es un nuevo round, sigo vivo”.

lunes, 12 de marzo de 2012

El sol en la tormenta


La última amenaza de lluvia se estaba yendo. Las 5 marcaban el punto en que el día se dividía en dos. Después de allí, nada iba a ser como antes. Tomo el camino más corto y  ausente en esta ciudad de plazas nuevas, fuentes rejuvenecidas y trenes que llevan distintos rumbos.
Desde aquel entonces nada parecía indicar que los tiempos volverían. Lo que suponía ser un “imposible” para ambos, logró reunir lo que tratábamos de descifrar. Sin darnos ventajas, aceptamos el riesgo de jugar al límite.
Los minutos pasaban, mis emociones lograban un éxodo prolongado, los nervios daban sus primeros pasos. Lo cierto es que saqué pasaje hacia lo desconocido, a preguntas sin respuestas, desde el papel al pensamiento y viceversa. El primer tren dejó su estación, el segundo me llevó a su espera. Contra la ventanilla develé que faltaban unos minutos para que el reloj marque la hora indicada, presté a sentarme e imaginar, viendo como de fondo desfilaban varios trenes, colectivos, y en cada ventanilla me llevaba una imagen.
Sin esperarlo, recibí sus manos en mi cara y una expresión declaró el estado del clima.
La tarde se nos iba cuando pude contemplar su mirada, cuando pude ver realmente su sonrisa y el detalle de sus dientes que quedará en mi memoria. Por momentos estuve ido, esperando que sus palabras endulcen a las mías buscando el instante adecuado en que pueda decirle lo que realmente no pude decirle. Había mucho por hablar, sin embargo el tiempo no nos alcanzó, porque en esos momentos el tiempo no corría.
Unas tasas de café fueron la otra parada del encuentro. Sus labios ahora reposaban en el calor del pocillo, mientras yo miraba firmemente el círculo de sus ojos. Las palabras empezaron a salir de a poco, pidiendo permiso una a  la otra, con pasos cortos. Algunas solo quedaron en la puerta, no se animaron a ser libres.
La tarde murió, el café también. Llegó la hora de volver a la realidad; ella por un lado, yo por el otro. En distintas direcciones nos fuimos sin saber si este fue el principio del final o el final del principio. Sin embargo, como me lo había anticipado, ese día salió el sol después de la tormenta.